"Dos más y te olvido" no es solo una frase de cantina: es una declaración gastronómica. Una que vale la pena repetir. Aunque sea otras dos más. Y después… ya veremos.

Hay lugares que se llaman como una canción, pero te dejan pensando como un poema. "Dos más y te olvido" no es solo un nombre pegajoso: es una promesa de sabores que no se olvidan. En este espacio se celebra con orgullo la unión de la cocina oaxaqueña y guerrerense. Aquí el antojo se vuelve experiencia y el mezcal corre como argumento.
La visita arrancó con dos ceviches que retaban la norma: uno de tasajo y otro de chapulines. El primero, carnoso y fresco, con acidez precisa; el segundo, crujiente, terroso y sorpresivamente adictivo. Nada de camarón ni pesca blanca: aquí, el ceviche se escribe con eme de maíz, monte y memoria. Ambos platillos se sienten como declaraciones de intenciones: si vas a romper las reglas, hazlo con fundamento.

Le siguió un platón digno de festejo: salchicha ejuteca, quesillo, chicharrón, chapulines y guacamole. Cada bocado era una postal del Istmo. El quesillo suave, el chicharrón estridente, el guacamole fresco como relajo de domingo. Sabores que no se pisan, se acompañan. La salchicha, ligera, especiada y jugosa, pone el acento carnoso y hace que todo lo demás gire a su alrededor sin opacarlo. Es un platillo para compartir... aunque uno no quiera.
Llegó la tlayuda campechana: longaniza guerrerense y tasajo oaxaqueño bailando sobre la tortilla como si se conocieran de toda la vida. Crocante, grasosa en el mejor sentido, y con ese sabor que te recuerda por qué Oaxaca es ley cuando hablamos de antojos. La combinación de dos regiones no compite, se complementa, y ese mestizaje carnívoro funciona como un abrazo entre estados.

Pero el golpe maestro vino con el pozole verde. Brutal, fragante, profundo. El tipo de platillo que podrías jurar que curaría el mal de amores y la cruda al mismo tiempo. El maíz está al dente, el caldo es complejo, y cada cucharada parece contener una historia en forma de pepita molida. No hay excesos, solo equilibrio. Un plato que invita a la pausa, a bajarle al ritmo y quedarse conversando en la mesa.

Y por supuesto, está la barra. Mezcales que no están por moda, sino por convicción. Una selección que respeta la tradición y una coctelería que sabe jugar sin burlarse del destilado. Hay respeto por el agave, pero también creatividad para quienes buscan más que el trago derecho. El mezcal aquí no es souvenir: es cultura líquida.
El lugar, con su nombre entre canción dolida y promesa alcohólica, no cae en el cliché. Tiene alma, oficio y propuesta. El servicio es cálido, atento, como si te conocieran desde antes. Y la cocina semi abierta invita a mirar de reojo lo que se cuece: una mezcla de fuego, risas y precisión.

Como dato extra: muy pronto abrirán sucursal en la calle de Tabasco, en la Colonia Roma. Y si mantienen el mismo espíritu, el olvido va a estar más lejos que nunca. Porque aquí, lo que se prueba se queda.
"Dos más y te olvido" no es solo una frase de cantina: es una declaración gastronómica. Una que vale la pena repetir. Aunque sea otras dos más. Y después… ya veremos.
¿Dónde? Xola 1311, Narvarte Poniente, Benito Juárez, 03020 Ciudad de México, CDMX
¿Cuánto? $200 a $400 por persona (10 a 20 usd)