"Salí de Los Gallazos con la certeza de haber probado una taquería que sabe lo que hace y que no se conforma con lo básico. Aquí, cada taco cuenta una historia, y cada bocado deja huella".

La Ciudad de México es un universo de tacos, pero hay lugares donde la tradición se respeta y la sorpresa está garantizada. Taquería Los Gallazos es uno de esos rincones donde la comida se siente pensada, bien ejecutada y, sobre todo, deliciosa. No es solo un restaurante de “tacos de autor” más en el vasto panorama taquero de la capital, sino un destino que justifica cualquier desvelo por un buen antojo.

Empecé con un taco de pastor, la piedra angular de cualquier taquería que se respete. Aquí, la magia radicaba en el equilibrio: el adobo no dominaba el sabor, sino que permitía que la carne de cerdo (de U.S. Pork, por cierto) brillara con su calidad y textura impecable. Ni demasiado grasoso ni insípido, sino en ese punto exacto donde un buen pastor se vuelve inolvidable.
Le siguió el de lengua (también de carne importada de U.S. Meat), una prueba infalible de la generosidad de Los Gallazos. La porción de carne era sorprendentemente generosa para su precio, y la suavidad de la lengua, combinada con una leve doradura, lo convertía en un bocado de contrastes y placer.

Después llegó la gringa de trompo de sirloin, un giro refinado del clásico pastor. La carne de sirloin aportaba una jugosidad distinta, y la tortilla de harina casera, con su suavidad y ligera elasticidad, hacía de cada mordida una mezcla de tradición y sofisticación taquera.
El taco de fideo seco fue una auténtica revelación. No era un simple relleno improvisado, sino una receta que transmitía identidad y carácter. La combinación de su intensidad de sabor con el punto exacto de humedad lo hacía destacar entre la oferta de tacos poco convencionales.
Para acompañar este festín, el agua de horchata, que merecía un capítulo aparte. No era la clásica bebida aguada y dulzona, sino una versión que se sentía como beber un arroz con leche en estado líquido: espesa, cremosa y con un equilibrio de canela y azúcar que la convertía en el maridaje perfecto para cualquier taco.

Pero no todo terminó ahí. El guacamole con chicharrón regio era un espectáculo en sí mismo. La cremosidad del aguacate se entrelazaba con la explosión crocante del chicharrón de papada de cerdo, creando un juego de texturas que exigía pausas entre bocados solo para disfrutar el contraste. Y los frijoles con veneno no se quedaron atrás: genuinos, con un picor sabroso que dejaba una calidez en la boca sin anular el resto de los sabores.

Salí de Los Gallazos con la certeza de haber probado una taquería que sabe lo que hace y que no se conforma con lo básico. Aquí, cada taco cuenta una historia, y cada bocado deja huella. Si algo queda claro después de esta experiencia, es que en la CDMX, los verdaderos reyes del taco no solo se encuentran en los lugares famosos, sino en rincones como este, donde el sabor es la única estrella que importa.
¿Dónde?
Av. Universidad 468, Vértiz Narvarte, Benito Juárez, 03600 Ciudad de México, CDMX
¿Cuánto?
Entre $200 y $300 por persona